SAN PELEGRINO LAZIOSI

Santo protector de pacientes con Cáncer y Sida

En el año de 1283 san Felipe Benicio, entonces prior general de los Siervos de María, cuando trataba de conducir a los ciudadanos de Forlí. Sujetos a entredicho, a la obediencia de la Sede Apostólica, fue arrojado con golpes e insultos de aquella ciudad. 


Mientras san Felipe, como fiel imitador de Cristo, rogaba por sus perseguidores, uno de ellos, un joven de dieciocho años y de distinguida familia, llamado Peregrino Laziosi, arrepentido, fue a pedirle humildemente perdón. 


El piadoso Padre lo recibió afablemente. Desde entonces, aquel joven empezó a despreciar las vanidades del mundo y a invocar con fervor a la Virgen para que le mostrara el camino de la salvación. 


No mucho tiempo después, favorecido por una especial iluminación de nuestra Señora, acudió al convento de los Siervos en Siena, en donde, después de vestir con gran devoción el habito de la Virgen, se entregó con ardor a su servicio. Allí, con la ayuda del beato Francisco de Siena, se fue ejercitando en el estilo de vida y normas de los Siervos de María.


Algunos años más tarde, fue enviado de nuevo a Forlí, Allí, lleno del amor de Dios y de nuestra Señora, se dedicaba sin tregua a recitar salmos, himnos y oraciones, amén de la meditación de la palabra de Dios; su ardiente amor al prójimo lo impulsaba a socorrer a los pobres en sus necesidades, abriéndoles los tesoros de la caridad. 
Así, más de una vez plegó al Señor otorgar sus dones a los necesitados por intercesión del Santo. Se cuenta que san Peregrino, ante el desolador espectáculo de la escasez de víveres en Forlí y en toda la región de Romana, multiplicó milagrosamente el vino y el trigo.
También se destacó Peregrino por su espíritu de penitencia: derramaba copiosas lágrimas al recordar sus pecados y se confesaba con frecuencia; mortificaba su cuerpo con toda clase de penitencias; rendido por el cansancio, se apoyaba en el escaño del coro o en una piedra; sorprendido por el sueño, no buscaba el lecho sino que se tendía en la tierra desnuda.
A consecuencia del tal rigor, cuando frisaba con los sesenta años, fue acometido por un voraz cáncer originado por una llaga varicosa que padecía en la pierna derecha.
El médico Pablo Salazio fue a visitar al paciente siervo de Dios y, con el consentimiento de la comunidad, determinó amputarle la pierna. 
Peregrino, la noche anterior a la operación, se arrastró hasta la sala capitular para orar ante un Crucifijo que allí había; entonces agotado por el cansancio, se quedó dormido; en el sueño le pareció ver a Jesús que bajaba de la cruz le sanaba la pierna. 
A la mañana siguiente, el medico se presentó para llevar a acabo la amputación, pero no encontró ninguna señal de la gangrena ni cicatrices del cáncer. Quedó atónito, y esparció por toda la ciudad la noticia de tan portentoso milagro. 
Tal prodigio contribuyó a acrecentar la veneración que todos sentían por Peregrino. Él por su parte, crecía cada día en perfección y en el deseo de los bienes celestiales. 
Finalmente, aquejado por una altísima fiebre, cuando se acercaba a los ochenta años, entregó su alma a Dios en el año 1345. Extraordinaria fue la afluencia de gente, de la ciudad y los alrededores, ante su féretro. Se cuenta que algunos enfermos obtuvieron la salud por intercesión de Peregrino.
Su cuerpo se conserva con gran veneración en la iglesia de los Siervos de Forlí. El papa Pablo V lo beatificó en el año 1607 y el papa Benedicto XIII lo canonizó en el año 1726.



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